A petición de algunos de vosotros, os presento la obra del "Lazarillo de Tormes" de autor Anónimo.
Antes de empezar a leer el texto, advertiros de dos problemas. El primero es su lenguaje; es un registro culto, además de antiguo, y puede ser que tengáis que releer más de una frase para entenderlo... de todas maneras, como ya os he comentado en más de una ocasión -en las lecturas de francés- es importante leer todo el párrafo para contextualizar la palabra o las palabras que no comprendemos. En este caso, puede tratarse de expresiones.
Para ayudaros os dejo en enlace del Diccionario de la Academia: www.rae.es
El segundo, es de fácil solución. Os aconsejo un par de lecturas breves para saber qué os vais a encontrar, a modo de introducción: http://www.edu365.cat/eso/muds/castella/lectures/lazarillo/index.htm , unos ejercicios que podéis ir realizando con la lectura, http://mld.ursinus.edu/~jarana/Ejercicios/Self-Check/Lazarillo/lazaro.html. Recordad que todo es voluntario y no es más que una pequeña ayuda para la comprensión del texto.
Todo el texto está extraído de: http://www2.ups.edu/faculty/velez/Span_402/lazar/lazar00.htm
Os dejo el enlace, por si os es más cómodo leerlo desde ahí.
Prólogo
Yo por bien tengo que cosas tan señaladas, y por ventura nunca oídas ni
vistas, vengan a noticia de muchos y no se entierren en la sepultura del
olvido, pues podría ser que alguno que las lea halle algo que le agrade, y a
los que no ahondaren tanto los deleite; y a este propósito dice Plinio que no
hay libro, por malo que sea, que no tenga alguna cosa buena; mayormente que los
gustos no son todos unos, mas lo que uno no come, otro se pierde por ello. Y
así vemos cosas tenidas en poco de algunos, que de otros no lo son. Y esto,
para ninguna cosa se debería romper ni echar a mal, si muy detestable no fuese,
sino que a todos se comunicase, mayormente siendo sin perjuicio y pudiendo
sacar della algún fruto.
Porque si así no fuese, muy pocos escribirían para uno solo, pues no se
hace sin trabajo, y quieren, ya que lo pasan, ser recompensados, no con
dineros, mas con que vean y lean sus obras, y si hay de que, se las alaben; y a
este propósito dice Tulio:"La honra cría las artes."
¿Quién piensa que el soldado que es primero del escala, tiene más
aborrecido el vivir? No, por cierto; mas el deseo de alabanza le hace ponerse
en peligro; y así, en las artes y letras es lo mesmo. Predica muy bien el
presentado, y es hombre que desea mucho el provecho de las animas; mas
pregunten a su merced si le pesa cuando le dicen: "¡Oh, que
maravillosamente lo ha hecho vuestra reverencia!" Justo muy ruinmente el
señor don Fulano, y dio el sayete de armas al truhán, porque le loaba de
haber llevado muy buenas lanzas. ¿Qué hiciera si fuera verdad?
Y todo va desta manera: que confesando yo no ser mas santo que mis vecinos,
desta nonada, que en este grosero estilo escribo, no me pesara que hayan parte
y se huelguen con ello todos los que en ella algún gusto hallaren, y vean que
vive un hombre con tantas fortunas, peligros y adversidades.
Suplico a vuestra merced reciba el pobre servicio de mano de quien lo
hiciera más rico si su poder y deseo se conformaran.
Y pues vuestra merced escribe se le escriba y relate el caso por muy
extenso, parecióme no tomalle por el medio, sino por el principio, porque se
tenga entera noticia de mi persona, y también porque consideren los que
heredaron nobles estados cuán poco se les debe, pues Fortuna fue con ellos parcial,
y cuanto más hicieron los que, siéndoles contraria, con fuerza y mana remando,
salieron a buen puerto.
Tratado Primero
Cuenta Lázaro
su vida, y cuyo hijo fue
Pues sepa vuestra merced ante todas cosas que a mí llaman Lázaro de Tormes,
hijo de Tome González y de Antonia Pérez, naturales de Tejares, aldea de
Salamanca. Mi nacimiento fue dentro del río Tormes, por la cual causa tome el
sobrenombre, y fue desta manera. Mi padre, que Dios perdone, tenia cargo de
proveer una molienda de una acena, que esta ribera
de aquel río, en la cual fue molinero más de quince anos; y estando mi madre
una noche en la acena, preñada de mí, tomóle el parto y parióme allí: de
manera que con verdad puedo decir nacido en el río. Pues siendo yo niño de ocho
años, achacaron a mi padre ciertas sangrías mal hechas en los costales de los
que allí a moler venían, por lo que fue preso, y confesó y no negó y padeció
persecución por justicia. Espero en Dios que está en la Gloria, pues el
Evangelio los llama bienaventurados. En este tiempo se hizo cierta armada
contra moros, entre los cuales fue mi padre, que a la sazón estaba desterrado
por el desastre ya dicho, con cargo de acemilero de un caballero que
allá fue, y con su señor, como leal criado, feneció su vida.
Mi viuda madre, como sin marido y sin abrigo se viese, determino arrimarse
a los buenos por ser uno dellos, y vinose a vivir a la ciudad, y alquiló una
casilla, y metiose a guisar de comer a ciertos estudiantes, y lavaba la ropa a
ciertos mozos de caballos del Comendador de la Magdalena, de manera que fue
frecuentando las caballerizas. Ella y un hombre moreno de aquellos que las
bestias curaban, vinieron en conocimiento. Este algunas veces se venía a
nuestra casa, y se iba a la mañana; otras veces de día llegaba a la puerta, en
achaque de comprar huevos, y entrabase en casa. Yo al principio de su entrada,
pesábame con él y habiale miedo, viendo el color y mal gesto que tenía; mas de
que vi que con su venida mejoraba el comer, fuile queriendo bien, porque
siempre traía pan, pedazos de carne, y en el invierno leños, a que nos
calentábamos. De manera que, continuando con la posada y conversación, mi madre
vino a darme un negrito muy bonito, el cual yo brincaba y ayudaba a calentar. Y
acuerdome que, estando el negro de mi padre trebejando con el mozuelo, como el
niño veía a mi madre y a mí blancos, y a él no, huía del con miedo para mi
madre, y señalando con el dedo decía: "¡Madre, coco!".Respondió él
riendo: "¡Hideputa!". Yo, aunque bien muchacho, noté aquella palabra
de mi hermanico, y dije entre mí:"¡Cuantos debe de haber en el mundo que
huyen de otros porque no se ven a sí mesmos!"
Quiso nuestra fortuna que la conversación del Zaide, que así se llamaba,
llegó a oídos del mayordomo, y hecha pesquisa, hallóse que la mitad por medio
de la cebada, que para las bestias le daban, hurtaba, y salvados, leña,
almohazas, mandiles, y las mantas y sábanas de los caballos hacia perdidas, y
cuando otra cosa no tenía, las bestias desherraba, y con todo esto acudía a mi
madre para criar a mi hermanico. No nos maravillemos de un clérigo ni fraile,
porque el uno hurta de los pobres y el otro de casa para sus devotas y para
ayuda de otro tanto, cuando a un pobre esclavo el amor le animaba a esto.
Y probósele cuanto digo y aun más, porque a mí con amenazas me preguntaban,
y como niño respondía, y descubría cuanto sabía con miedo, hasta ciertas
herraduras que por mandado de mi madre a un herrero vendí. Al triste de mi
padrastro azotaron y pringaron, y a mi madre pusieron pena por justicia, sobre
el acostumbrado centenario, que en casa del sobredicho Comendador no entrase,
ni al lastimado Zaide en la suya acogiese.
Por no echar la soga tras el caldero, la triste se esforzó y cumplió la
sentencia; y por evitar peligro y quitarse de malas lenguas, se fue a servir a
los que al presente vivían en el mesón de la Solana; y allí, padeciendo mil
importunidades, se acabo de criar mi hermanico hasta que supo andar, y a mí
hasta ser buen mozuelo, que iba a los huéspedes por vino y candelas y por lo
demás que me mandaban. En este tiempo vino a posar al mesón un ciego, el cual,
pareciendole que yo seria para adestralle,
me pidió a mi madre, y ella me encomendó a él, diciéndole como era hijo de un
buen hombre, el cual por ensalzar la fe había muerto en la de los Gelves, y que
ella confiaba en Dios no saldría peor hombre que mi padre, y que le rogaba me
tratase bien y mirase por mi, pues era huérfano. Él le respondió que así lo
haría, y que me recibía no por mozo sino por hijo. Y así le comencé a servir y adestrar a mi nuevo y viejo amo.
Como estuvimos en Salamanca algunos días, pareciéndole a mi amo que no era
la ganancia a su contento, determinó irse de allí; y cuando nos hubimos de
partir, yo fui a ver a mi madre, y ambos llorando, me dio su bendición y dijo:
"Hijo, ya sé que no te veré más. Procura ser bueno, y Dios te guíe.
Criado te he y con buen amo te he puesto. Valete por ti."Y así me fui para
mi amo, que esperándome estaba. Salimos de Salamanca, y llegando a la puente,
está a la entrada della un animal de piedra, que casi tiene forma de toro, y el
ciego mandóme que llegase cerca del animal, y allí puesto, me dijo:
"Lázaro, llega el oído a este toro, y oirás gran ruido dentro del."
Yo simplemente llegue, creyendo ser ansí; y como sintió que tenia la cabeza par
de la piedra, afirmó recio la mano y dióme una gran calabazada en el diablo del
toro, que más de tres días me duró el dolor de la cornada, y díjome:
"Necio, aprende que el mozo del ciego un punto ha de saber más que el
diablo", y rió mucho la burla.
Parecióme que en aquel instante desperté de la simpleza en que como niño
dormido estaba. Dije entre mí:"Verdad dice este, que me cumple avivar el
ojo y avisar, pues solo soy, y pensar como me sepa valer."
Comenzamos nuestro camino, y en muy pocos días me mostró jerigonza, y como
me viese de buen ingenio, holgábase mucho, y decía: "Yo oro ni plata no te
lo puedo dar, mas avisos para vivir muchos te mostraré."
Y fue ansí, que después de Dios este me dio la vida, y siendo ciego me
alumbro y adestró en la carrera de
vivir. Huelgo de contar a vuestra merced estas niñerías para mostrar cuanta
virtud sea saber los hombres subir siendo bajos, y dejarse bajar siendo altos
cuanto vicio.
Pues tornando al bueno de mi ciego y contando sus cosas, vuestra merced
sepa que desde que Dios crío el mundo, ninguno formó más astuto ni sagaz. En su
oficio era un águila; ciento y tantas oraciones sabia de coro: un tono bajo,
reposado y muy sonable que hacia resonar la iglesia donde rezaba, un rostro
humilde y devoto que con muy buen continente ponía cuando rezaba, sin hacer
gestos ni visajes con boca ni ojos, como otros suelen hacer. Allende desto, tenía
otras mil formas y maneras para sacar el dinero. Decía saber oraciones para
muchos y diversos efectos: para mujeres que no parían, para las que estaban de
parto, para las que eran malcasadas, que sus maridos las quisiesen bien; echaba
pronósticos a las preñadas, si traía hijo o hija. Pues en caso de medicina,
decía que Galeno no supo la mitad que él para muela, desmayos, males de madre.
Finalmente, nadie le decía padecer alguna pasión, que luego no le decía:
"Haced esto, haréis estotro, cosed tal yerba, tomad tal raíz." Con
esto andabase todo el mundo tras él, especialmente mujeres, que cuanto les
decían creían. Destas sacaba él grandes provechos con las artes que digo, y
ganaba más en un mes que cien ciegos en un ano.
Mas también quiero que sepa vuestra merced que, con todo lo que adquiría, jamás
tan avariento ni mezquino hombre no vi, tanto que me mataba a mí de hambre, y
así no me demediaba de lo necesario.
Digo verdad: si con mi sotileza y buenas manas no me supiera remediar,
muchas veces me finara de hambre; mas
con todo su saber y aviso le contaminaba de tal suerte que siempre, o las más
veces, me cabía lo más y mejor. Para esto le hacía burlas endiabladas, de las
cuales contaré algunas, aunque no todas a mi salvo.
Él traía el pan y todas las otras cosas en un fardel de lienzo que por la
boca se cerraba con una argolla de hierro y su candado y su llave, y al meter
de todas las cosas y sacallas, era
con tan gran vigilancia y tanto por contadero, que no bastaba hombre en todo el
mundo hacerle menos una migaja; mas yo tomaba aquella lacería que él me
daba, la cual en menos de dos bocados era despachada.
Después que cerraba el candado y se descuidaba pensando que yo estaba
entendiendo en otras cosas, por un poco de costura, que muchas veces del un
lado del fardel descosía y tornaba a
coser, sangraba el avariento fardel, sacando no por tasa pan, mas buenos
pedazos, torreznos y longaniza; y ansí buscaba conveniente tiempo para rehacer,
no la chaza, sino la endiablada falta
que el mal ciego me faltaba.
Todo lo que podía sisar y hurtar, traía en medias blancas; y cuando le
mandaban rezar y le daban blancas,
como él carecía de vista, no había el que se la daba amagado con ella, cuando yo la tenia lanzada en la boca y la media
aparejada, que por presto que el echaba la mano, ya iba de mi cambio aniquilada
en la mitad del justo precio. Quejábaseme el mal ciego, porque al tiento luego
conocía y sentía que no era blanca entera, y decía: "¿Qué diablo es esto,
que después que conmigo estas no me dan sino medias blancas, y de antes una
blanca y un maravedí hartas veces me pagaban? En ti debe estar esta
desdicha." También él abreviaba el rezar y la mitad de la oración no
acababa, porque me tenia mandado que en yéndose el que la mandaba rezar, le
tirase por el cabo del capuz. Yo así
lo hacía. Luego él tornaba a dar voces, diciendo: "¿Mandan rezar tal y tal
oración?", como suelen decir.
Usaba poner cabe si un jarrillo de vino cuando comíamos, y yo muy de presto
le asía y daba un par de besos callados y tornábale a su lugar. Mas turome
poco, que en los tragos conocía la falta, y por reservar su vino a salvo nunca
después desamparaba el jarro, antes lo tenía por el asa asido; mas no había
piedra imán que así trajese así como yo con una paja larga de centeno, que para
aquel menester tenia hecha, la cual metiendola en la boca del jarro, chupando
el vino lo dejaba a buenas noches. Mas como fuese el traidor tan astuto, pienso
que me sintió, y dende en adelante
mudo propósito, y asentaba su jarro entre las piernas, y atápabale con la mano, y ansí bebía seguro.
Yo, como estaba hecho al vino, moría por él, y viendo que aquel remedio de
la paja no me aprovechaba ni valía, acorde en el suelo del jarro hacerle una
fuentecilla y agujero sotil, y delicadamente con una muy delgada tortilla de
cera taparlo, y al tiempo de comer, fingiendo haber frío, entrábame entre las
piernas del triste ciego a calentarme en la pobrecilla lumbre que teníamos, y
al calor della luego derretida la cera, por ser muy poca, comenzaba la
fuentecilla a destillarme en la boca, la cual yo de tal manera ponía que
maldita la gota se perdía. Cuando el pobreto iba a beber, no hallaba nada:
espantabase, maldecía, daba al diablo el jarro y el vino, no sabiendo que podía
ser.
"No diréis, tío, que os lo bebo yo -decía-, pues no le quitáis de la
mano."
Tantas vueltas y tiento dio al jarro, que hallo la fuente y cayó en la burla; mas así lo disimulo como si no lo
hubiera sentido, y luego otro día, teniendo yo rezumando mi jarro como solía,
no pensando en el daño que me estaba aparejado ni que el mal ciego me sentía,
senteme como solía, estando recibiendo aquellos dulces tragos, mi cara puesta
hacia el cielo, un poco cerrados los ojos por mejor gustar el sabroso licor,
sintió el desesperado ciego que agora
tenía tiempo de tomar de mi venganza y con toda su fuerza, alzando con dos
manos aquel dulce y amargo jarro, le dejó caer sobre mi boca, ayudándose, como
digo, con todo su poder, de manera que el pobre Lázaro, que de nada desto se
guardaba, antes, como otras veces, estaba descuidado y gozoso, verdaderamente
me pareció que el cielo, con todo lo que en él hay, me había caído encima. Fue tal
el golpecillo, que me desatinó y sacó de sentido, y el jarrazo tan grande, que
los pedazos del se me metieron por la cara, rompiéndomela por muchas partes, y
me quebró los dientes, sin los cuales hasta hoy día me quede.
Desde aquella hora quise mal al mal ciego, y aunque me quería y regalaba y
me curaba, bien vi que se había holgado del cruel castigo. Lavóme con vino las
roturas que con los pedazos del jarro me había hecho, y sonriéndose decía:
"¿Qué te parece, Lázaro? Lo que te enfermo te sana y da salud", y
otros donaires que a mi gusto no lo eran.
Ya que estuve medio bueno de mi negra trepa y cardenales, considerando que
a pocos golpes tales el cruel ciego ahorraría de mí, quise yo ahorrar del; mas
no lo hice tan presto por hacello mas a mí salvo y provecho. Y aunque yo
quisiera asentar mi corazón y perdonalle el jarrazo, no daba lugar el
maltratamiento que el mal ciego dende allí adelante me hacía, que sin causa ni
razón me hería, dándome coscorrones y repelándome. Y si alguno le decía porque
me trataba tan mal, luego contaba el cuento del jarro, diciendo:
"¿Pensareis que este mi mozo es algún inocente? Pues oíd si el demonio
ensayara otra tal hazaña."Santiguándose los que lo oían, decían:
"¡Mira, quien pensara de un muchacho tan pequeño tal ruindad!", y reían
mucho el artificio, y decíanle: "Castigaldo, castigaldo, que de Dios lo
habréis."
Y él con aquello nunca otra cosa hacia. Y en esto yo siempre le llevaba por
los peores caminos, y adrede, por le hacer mal y daño: si había piedras, por
ellas, si lodo, por lo más alto; que aunque yo no iba por lo mas enjuto, holgábame
a mí de quebrar un ojo por quebrar dos al que ninguno tenía. Con esto siempre
con el cabo alto del tiento me atentaba el colodrillo, el cual siempre traía
lleno de tolondrones y pelado de sus manos; y aunque yo juraba no lo hacer con
malicia, sino por no hallar mejor camino, no me aprovechaba ni me creía más:
tal era el sentido y el grandísimo entendimiento del traidor.
Y porque vea vuestra merced a cuanto se extendía el ingenio deste astuto
ciego, contaré un caso de muchos que con él me acaecieron, en el cual me parece
dio bien a entender su gran astucia. Cuando salimos de Salamanca, su motivo fue
venir a tierra de Toledo, porque decía ser la gente más rica, aunque no muy
limosnera. Arrimabase a este refrán: "Mas da el duro que el desnudo."
Y venimos a este camino por los mejores lugares. Donde hallaba buena acogida y
ganancia, deteníamonos; donde no, a tercero día hacíamos Sant Juan.
Acaeció que llegando a un lugar que llaman Almorox, al tiempo que cogían
las uvas, un vendimiador le dio un racimo dellas en limosna, y como suelen ir
los cestos maltratados y también porque la uva en aquel tiempo está muy madura,
desgranábasele el racimo en la mano; para echarlo en el fardel tornábase mosto,
y lo que a él se llegaba. Acordó de hacer un banquete, ansí por no lo poder
llevar como por contentarme, que aquel día me había dado muchos rodillazos y
golpes. Sentámonos en un valladar y
dijo:
"Agora quiero yo usar
contigo de una liberalidad, y es que ambos comamos este racimo de uvas, y que
hayas del tanta parte como yo. Partillo hemos desta manera: tú picaras una vez
y yo otra; con tal que me prometas no tomar cada vez mas de una uva, yo haré lo
mesmo hasta que lo acabemos, y desta suerte no habrá engaño."
Hecho ansí el concierto, comenzamos; mas luego al segundo lance; el traidor
mudo de propósito y comenzó a tomar de dos en dos, considerando que yo debería
hacer lo mismo. Como vi que él quebraba la postura, no me contenté ir a la par
con él, mas aun pasaba adelante: dos a dos, y tres a tres, y como podía las
comía.
Acabado el racimo, estuvo un poco con el escobajo en la mano y meneando la
cabeza dijo: "Lázaro, engañado me has: jurare yo a Dios que has tu comido
las uvas tres a tres.""No comí -dije yo- más ¿por qué sospecháis
eso?" Respondió el sagacísimo ciego: "¿Sabes en que veo que las
comiste tres a tres? En que comía yo dos a dos y callabas.", a lo cual yo
no respondí.
Yendo que íbamos ansí por debajo de unos soportales en Escalona, adonde a
la sazón estábamos en casa de un zapatero, había muchas sogas y otras cosas que
de esparto se hacen, y parte dellas dieron a mi amo en la cabeza; el cual,
alzando la mano, tocó en ellas, y viendo lo que era dijome: "Anda presto,
muchacho; salgamos de entre tan mal manjar, que ahoga sin comerlo." Yo,
que bien descuidado iba de aquello, miré lo que era, y como no vi sino sogas y
cinchas, que no era cosa de comer, dijele: "Tío, ¿por qué decís eso?"
Respondióme: "Calla, sobrino; según las mañas que llevas, lo sabrás y
veras como digo verdad."
Y ansí pasamos adelante por el mismo portal y llegamos a un mesón, a la
puerta del cual había muchos cuernos en la pared, donde ataban los recueros sus
bestias. Y como iba tentando si era allí el mesón, adonde él rezaba cada día por
la mesonera la oración de la emparedada, asió de un cuerno, y con un gran
suspiro dijo:"¡Oh, mala cosa, peor que tienes la hechura! ¡De cuantos eres
deseado poner tu nombre sobre cabeza ajena y de cuan pocos tenerte ni aun oír
tu nombre, por ninguna veía!"Como le oí lo que decía, dije: "Tío,
¿qué es eso que decís?" "Calla, sobrino, que algún día te dará este,
que en la mano tengo, alguna mala comida y cena.""No le comeré yo
-dije- y no me la dará.""Yo te digo verdad; si no, verlo has, si
vives."
Y ansí pasamos adelante hasta la puerta del mesón, adonde pluguiere a Dios
nunca allá llegáramos, según lo que me sucedía en él. Era todo lo mas que
rezaba por mesoneras y por bodegoneras y turroneras y rameras y ansí por
semejantes mujercillas, que por hombre casi nunca le vi decir oración. Reime
entre mi, y aunque muchacho note mucho la discreta consideración del ciego.
Mas por no ser prolijo dejo de contar muchas cosas, así graciosas como de
notar, que con este mi primer amo me acaecieron, y quiero decir el despidiente
y con el acabar.
Estábamos en Escalona, villa del duque della, en un mesón, y diome un
pedazo de longaniza que la asase. Ya que la longaniza había pringado y comidose
las pringadas, saco un maravedí de la bolsa y mando que fuese por el de vino a
la taberna. Pusome el demonio el aparejo delante los ojos, el cual, como suelen
decir, hace al ladrón, y fue que había cabe el fuego un nabo pequeño, larguillo
y ruinoso, y tal que, por no ser para la olla, debió ser echado allí. Y como al
presente nadie estuviese sino el y yo solos, como me vi con apetito goloso,
habiendome puesto dentro el sabroso olor de la longaniza, del cual solamente
sabia que había de gozar, no mirando que me podría suceder, pospuesto todo el
temor por cumplir con el deseo, en tanto que el ciego sacaba de la bolsa el
dinero, saque la longaniza y muy presto metí el sobredicho nabo en el asador,
el cual mi amo, dandome el dinero para el vino, tomo y comenzó a dar vueltas al
fuego, queriendo asar al que de ser cocido por sus deméritos había escapado.
Yo fui por el vino, con el cual no tarde en despachar la longaniza, y
cuando vine halle al pecador del ciego que tenia entre dos rebanadas apretado
el nabo, al cual aun no habia conocido por no lo haber tentado con la mano.
Como tomase las rebanadas y mordiese en ellas pensando también llevar parte de
la longaniza, hallose en frío con el frío nabo. Alterose y dijo:
"¿Que es esto, Lazarillo?"
"¡Lacerado de mí! -dije yo-. ?¿Si queréis a mi echar algo? ?¿Yo no
vengo de traer el vino? Alguno estaba ahí, y por burlar haría esto."
"No, no -dijo él-, que yo no he dejado el asador de la mano; no es
posible "
Yo torne a jurar y perjurar que estaba libre de aquel trueco y cambio; mas
poco me aprovecho, pues a las astucias del maldito ciego nada se le escondía.
Levantose y asiome por la cabeza, y llegose a olerme; y como debió sentir el
huelgo, a uso de buen podenco, por mejor satisfacerse de la verdad, y con la
gran agonía que llevaba, asiendome con las manos, abriame la boca mas de su
derecho y desatentadamente metía la nariz, la cual el tenia luenga y afilada, y
a aquella sazón con el enojo se habían aumentado un palmo, con el pico de la
cual me llego a la gulilla. Y con esto y con el gran miedo que tenia, y con la
brevedad del tiempo, la negra longaniza aun no habia hecho asiento en el
estomago, y lo más principal, con el destiento de la cumplidísima nariz medio
cuasi ahogandome, todas estas cosas se juntaron y fueron causa que el hecho y
golosina se manifestase y lo suyo fuese devuelto a su dueño: de manera que
antes que el mal ciego sacase de mi boca su trompa, tal alteración sintió mi
estomago que le dio con el hurto en ella, de suerte que su nariz y la negra
malmascada longaniza a un tiempo salieron de mi boca.
¡Oh, gran Dios, quien estuviera aquella hora sepultado, que muerto ya lo
estaba! Fue tal el coraje del perverso ciego que, si al ruido no acudieran,
pienso no me dejara con la vida. Sacaronme de entre sus manos, dejandoselas
llenas de aquellos pocos cabellos que tenia, arañada la cara y rascuñado el
pescuezo y la garganta; y esto bien lo merecía, pues por su maldad me venían
tantas persecuciones.
Contaba el mal ciego a todos cuantos allí se allegaban mis desastres, y
dabales cuenta una y otra vez, así de la del jarro como de la del racimo, y
agora de lo presente. Era la risa de todos tan grande que toda la gente que por
la calle pasaba entraba a ver la fiesta; mas con tanta gracia y donaire
recontaba el ciego mis hazanas que, aunque yo estaba tan maltratado y llorando,
me parecía que hacia sinjusticia en no se las reír.
Y en cuanto esto pasaba, a la memoria me vino una cobardía y flojedad que
hice, por que me maldecía, y fue no dejalle sin narices, pues tan buen tiempo
tuve para ello que la mitad del camino estaba andado; que con solo apretar los
dientes se me quedaran en casa, y con ser de aquel malvado, por ventura lo
retuviera mejor mi estomago que retuvo la longaniza, y no pareciendo ellas
pudiera negar la demanda. Pluguiera a Dios que lo hubiera hecho, que eso fuera
así que así. Hicieronnos amigos la mesonera y los que allí estaban, y con el
vino que para beber le habia traído, lavaronme la cara y la garganta, sobre lo
cual discantaba el mal ciego donaires, diciendo: "Por verdad, mas vino me
gasta este mozo en lavatorios al cabo del ano que yo bebo en dos. A lo menos,
Lázaro, eres en mas cargo al vino que a tu padre, porque él una vez te
engendro, mas el vino mil te ha dado la vida."
Y luego contaba cuantas veces me habia descalabrado y arpado la cara, y con
vino luego sanaba.
"Yo te digo -dijo- que si un hombre en el mundo ha de ser
bienaventurado con vino, que seras tú."
Y reían mucho los que me lavaban con esto, aunque yo renegaba. Mas el
pronostico del ciego no salio mentiroso, y después aca muchas veces me acuerdo
de aquel hombre, que sin duda debía tener espíritu de profecía, y me pesa de
los sinsabores que le hice, aunque bien se lo pague, considerando lo que aquel
día me dijo salirme tan verdadero como adelante vuestra merced oirá.
Visto esto y las malas burlas que el ciego burlaba de mí, determine de todo
en todo dejalle, y como lo traía pensado y lo tenía en voluntad, con este
postrer juego que me hizo afirmelo más. Y fue ansí, que luego otro día salimos
por la villa a pedir limosna, y habia llovido mucho la noche antes; y porque el
día también llovía, y andaba rezando debajo de unos portales que en aquel
pueblo habia, donde no nos mojamos; mas como la noche se venía y el llover no
cesaba, dijome el ciego:
"Lázaro, esta agua es muy porfiada, y cuanto la noche mas cierra, más
recia. Acojámonos a la posada con tiempo."
Para ir allá, habíamos de pasar un arroyo que con la mucha agua iba grande.
Yo le dije: "Tío, el arroyo va muy ancho; mas si queréis, yo veo por donde
travesemos mas aína sin nos mojar, porque se estrecha allí mucho, y saltando
pasaremos a pie enjuto."
Pareciole buen consejo y dijo: "Discreto eres; por esto te quiero
bien. Llevame a ese lugar donde el arroyo se ensangosta, que agora es invierno
y sabe mal el agua, y más llevar los pies mojados."
Yo, que vi el aparejo a mi deseo, saquele debajo de los portales, y llevelo
derecho de un pilar o poste de piedra que en la plaza estaba, sobre la cual y
sobre otros cargaban saledizos de aquellas casas, y digole: "Tío, este es
el paso mas angosto que en el arroyo hay."
Como llovía recio, y el triste se mojaba, y con la priesa que llevábamos de
salir del agua que encima de nos caía, y lo más principal, porque Dios le cegó
aquella hora el entendimiento (fue por darme del venganza), creyose de mí y
dijo: "Ponme bien derecho, y salta tú el arroyo."
Yo le puse bien derecho enfrente del pilar, y doy un salto y póngome detrás
del poste como quien espera tope de toro, y dijele: "¡Sus! Salta todo lo
que podáis, porque deis deste cabo del agua. "Aun apenas lo habia acabado
de decir cuando se abalanza el pobre ciego como cabrón, y de toda su fuerza
arremete, tomando un paso atrás de la corrida para hacer mayor salto, y da con
la cabeza en el poste, que sonó tan recio como si diera con una gran calabaza,
y cayo luego para atrás, medio muerto y hendida la cabeza. "¿Cómo, y
oliste la longaniza y no el poste? ¡Ole! ¡Ole! -le dije yo. Y dejele en poder
de mucha gente que lo habia ido a socorrer, y tome la puerta de la villa en los
pies de un trote, y antes que la noche viniese di conmigo en Torrijos. No supe
mas lo que Dios del hizo, ni cure de lo saber.
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